¿Sabés, hermanito? no a todas las balas que me dedicaron las pude evitar (le habla a un pedazo de tierra panzona, mientras lo ametralla un llanto criminal). ¿Sabés, compañero? ni libre, ni vivo, me quedan agallas para trabajar (la flecha reciente que luce la placa tortura al muchacho y a su soledad).
¿Y ahora qué le digo a la vida? ¿Cómo la podré soportar, ahora que no estás a mi lado escapando de la ciudad?
Ni veinte tenían en la madrugada que habían jurado morir o escapar, tampoco sabían que el sable del cielo separa siameses a su voluntad. Ahora la sombra del sobreviviente raja el camposanto y su solemnidad, no hay flores que endulcen tamaña amargura, ni vino que engañe a un triste paladar.
Las seis de la tarde y el cuarto cigarro que sirve de excusa para un rato más...
Si hubiera escuchado lo que me decías: "mirá donde estamos... mirá donde estás". A veces tiramos promesas al viento creyendo que nunca van a aterrizar, "si salimos de ésta, no hacemos mas nada" (mentían, ingenuos de inmortalidad).
¿Sabés, hermanito? te extraño y no puedo. La culpa me atrapa y la vieja está mal, no quiere mirarme, no tiene mirada, no quiere dormir para no despertar. La bruma aparece, son días pequeños, el sol le regala sus horas al mar. La sombra se marcha, su pena es tan grande que no cabe entera en ningún lagrimal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario